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El sabor de los libros


La piel de las palabras no sé si está en los libros o en los cuerpos. Tal vez esté a la vez entre las hojas secas
de muchos de los libros y entre los pliegues más escondidos de algunos de los cuerpos. Libros y cuerpos nos muestran el mundo, los viajes, los sabores, casi todas las aventuras que luego viviremos si ese es nuestro deseo. Hay quién no lee, ni cuerpos, ni libros aún cuando decore su salón con una bonita biblioteca y duerma con el cuerpo que cree poseer por costumbre. Leer no es “leer”, sino dejar que las palabras escritas prueben a cambiarnos mucho o poco o algo o todo lo que somos.

Con la piel de las palabras nos inventamos y también nombramos el hambre y el deseo.

La vida es, en ocasiones, larga, algunas veces leve. Pasaron entonces muchos libros y cuerpos por nosotros. Tal vez, después de tantas palabras, creemos saberlo todo de los cuerpos y las fábulas. Pero no es así.
Mañana, dentro de diez años o esta tarde, un libro nuevo, un cuerpo extraño removerá nuestro nombre y su silencio.

He aprendido también que los libros tienen sabor y también los cuerpos, sin necesidad de pasar la lengua por sus lomos o sus pliegues.

Hay frases hermosas que nunca quemará el tiempo. En la película de Fernando León de Aranoa “Los lunes al Sol” (que hoy podríamos renombrar como “Los lunes a Sol”) hay una escena delicada y bella que siempre que la escucho me conmueve:

José (Luis Tosar) es el compañero de Ana (Nieves de Medina)
Ana ha entrado al baño. lleva el pecho descubierto y se mira un poco en el espejo. ha cogido el desodorante y se baña con él el cuerpo. ana trabaja en una fábrica en donde se pasa las noches llenando pequeñas latas de atún, lo hace también por las tardes y otras veces por la mañana y de ahí que el olor se le adhiera al cuerpo.


La observo desde la puerta realizar ese ritual cada mañana después de la ducha. Veo en el reflejo sus ojos cansados, la vida cansada que ha llevado esta mujer. Esta mujer a la que amo y a la cual no quiero perder. Doy un par de pasos hacia ella y abrazo su cuerpo por detrás.

- No te eches más, no te hace falta.
- Déjame, que huelo a pescado.
Huelo su cuerpo mientras la abrazo, le doy un beso en el cuello...
- No hueles a pescado... hueles a sirena.